capítulo 2: primer contacto

Tengo al fin mis objetivos claros. Más o menos. Así que, tras adoptar una forma más adecuada: hombre, veintiocho años, pelo castaño, ojos azules, rostro agraciado y traje con corbata, me dirijo a la oficina de ERA. No se parece a la de Juanito. Es un local enorme a pie de calle. Grandes cristaleras. Mucho colorido. Me detengo unos instantes a mirar el escaparate y una señorita se acerca a hablar conmigo.

— Buenos días, caballero. Si necesita ayuda…

Ahí acaba la frase. No sé si debo completarla o termina así. Mis referentes son Juanito y un programa de televisión llamado El Congreso en el que no paraban de gritarse unos a otro. Muy divertido.

— ¿Puedo ayudarle? —dice de nuevo al ver que no hablo.

Hago una consulta rápida en Madre. Busco la mejor forma de conocer una inmobiliaria. Me sorprende saber que no es comprar o vender, se trata de algo complicado y arcaico que los humanos llaman trabajar. Este planeta es muy extraño.

— Quiero ser agente inmobiliario —respondo tras obtener la solución.

— Estupendo —dice con una sonrisa—. ¿Tiene usted experiencia?

— Muchísima.

— ¡Qué bueno! ¿En qué inmobiliaria ha trabajado?

— En ninguna —respondo sin perder la sonrisa.

Ella me mira entonces con una expresión de sorpresa mal disimulada. Permanecemos en silencio. La joven parece dudar acerca de mi capacidad. O quizás resuelve ecuaciones neperianas, vete a saber.

 

— Pero me ha dicho que tiene experiencia. —Se decide por fin a hablar.

— Sí, mucha.

— ¿En el mundo inmobiliario?

Repaso en segundos los planetas que conozco. Mercurio, Saturno, Ganímedes, Pandora, Melmac… no me suena ninguno llamado inmobiliario.

— No, ahí no he estado.

 

Nueva pausa. Su expresión de sorpresa se convierte en algo parecido al pánico. Su cuerpo tiembla ligeramente. Indecisión. Incertidumbre. Duda. Vacilación. Titubeo. Tengo que dejar de leer el diccionario de sinónimos.

 

— Bueno, pase conmigo y le explicarán cómo funciona nuestra empresa. A ver si le interesa trabajar con nosotros.

Entro tras la joven a la oficina. El colorido se intensifica. Predominan el rojo y el blanco. En las paredes se refleja información sobre la marca. Me hacen pasar a lo que llaman una sala de reuniones y allí me atiende un señor muy elegante. Chaqueta, pantalón, zapatos… Eso me hace pensar que, a pesar de haber cambiado el aspecto, quizás el calzado elegido, fiel reflejo de lo que llevaban las personas en la playa a la que llegué, no es el más indicado.

— Buenos días, ¿cómo estamos?

— Sentados —respondo un segundo antes de darme cuenta de que la pregunta no es literal—. Bien, bien, gracias.

— Me han dicho que quiere ser agente inmobiliario, así que le voy a explicarle un poco cómo funciona esto.

Y lo hace, lo hace. Empieza hablando de ERA. Resulta que la empresa tiene más de cincuenta años de historia, desde sus comienzos como Electronic Realty Associates, cuando su fundador quiso usar los mejores avances disponibles para el sector. Aquello fue en 1971 (en mi civilización consideramos eso prehistoria), y aquella “tecnología” era un fax, sea lo que sea eso. El caso es que, desde aquel instante, ERA se convirtió en un referente para el sector y ahora tiene más de mil cien oficinas en dieciocho países.

Luego habla del mundo inmobiliario como tal. Me cuenta que es cíclico, dice que las transacciones suben o bajan, pero nunca paran. Al ser la vivienda un bien de primera necesidad, siempre se venden, compran y alquilan inmuebles. Eso no se lo dije, pero se ajusta a nuestras necesidades. Así cuando compremos la isla no levantaremos sospechas. Casi puedo imaginarla pintada de rosa fosforito, nuestro color de piel.

 

Después dice que se puede empezar con cualquier edad y que hay agentes tanto de veinte como de ochenta años con éxito. Eso me sorprende. Yo tengo 236 años y soy joven. Nota mental: estudiar el ciclo de vida humano. 

 

Me ofrece lo mismo que le plantean a cualquiera que quiera ser un agente ERA: los máximos honorarios del sector, promoción personal, ser mi propio jefe, la mejor tecnología a mi disposición. (Madre se siente ofendida en ese punto), formación, una carrera profesional, baja inversión, apoyo completo y constante de la oficina y, por supuesto, el código ético, los valores de ERA y pertenecer a la marca más reconocida del sector. La verdad es que no entiendo más de la mitad de las cosas que me cuenta, pero él parece convencido de lo que está diciendo y lo hace con tanta naturalidad que me entran ganas de ponerme a vender en este instante.

— Es necesario que esté dado de alta como autónomo. Sé que hay algunas inmobiliarias que no lo exigen con la excusa de ahorrarle costes, pero eso un grave error. Sin el autónomo no tendría derecho a seguridad social, atención sanitaria, desgravar pagos, pensión, bajas médicas, ni muchos otros beneficios. Y los clientes, que quizás no lo saben, no estarían protegidos.

 

Suena razonable. Asiento. Sonrío y le digo a madre que me dé el alta como un autónomo de esos y transfiera los documentos necesarios a mi bolsillo.

 

— Ya soy autónomo —digo con una sonrisa mientras saco un fajo de papeles arrugados y los pongo sobre la mesa—. ¿Cuándo empiezo?

 

— Fantástico. Pues pasado mañana comenzamos un curso de formación. Aquí mismo, a las nueve y media. Tras la formación firmará el contrato como agente asociado y podrá empezar la fase práctica de integración. ¿Le parece bien?

Me parece bien. Estrecho su mano, una extraña costumbre, y vuelvo contento a mi nave. En dos días he conseguido meter el pie en una inmobiliaria. Mis superiores estarán orgullosos. O no, vete a saber. Dedico el resto de la mañana a investigar alguna de las tareas pendientes que me había planteado durante la entrevista. Tema autónomo. Parece que en este país hay dos formas básicas de trabajar: como asalariado, es decir, para otras personas, o como autónomo, que eres tu propio jefe.

Al igual que hacen las empresas para las que trabajan otras personas, los autónomos también pagan una cantidad mensual a cambio de esos beneficios que me contó el señor de la inmobiliaria. No me parece mal. Al menos, hasta que me da por buscar si funciona igual en el resto de países. Maldita curiosidad.

Resulta que España es el país más caro para ser autónomo y, en lugar de cobrar en función de los beneficios de cada persona, hay una especie de norma en las que todos pagan igual, sólo por estar dados de alta. Así que, si no te va bien y no ganas dinero, tienes que pagar igualmente. Lo mío es un montaje y me hierve la sangre cuando lo leo. En mi caso es literal, no como los humanos. Doscientos treinta y nueve grados. Me empieza a salir humo por las orejas y tengo que concentrarme para que volver a mi estado normal. Si eso me ocurre a mí, me imagino lo que pensarán de este sistema los españoles. Tendremos que cambiar las cosas cuando dominemos el planeta.

Como tengo el resto del día libre y me gusta estar preparado, lo aprovecho para informarme de la que será mi competencia. Quiero ver cómo trabajan ellos para poder comparar. Entro en la primera agencia que me encuentro y me atiende un chico muy joven con una corbata verde.

— Son dos mil euros —dice cuando me ve en las instalaciones.

— ¿Cómo dice?

— Perdón, la costumbre. ¿Qué desea?

— Quiero vender mi casa.

Se le iluminan los ojos igual que a Juanito, quizás por eso decía que era un referente en el sector. 

Sonríe. Se frota las manos. Acerca una pequeña máquina que pone Visa en un lateral.

— Pues ha venido al lugar más indicado. Siéntese, por favor. Enseguida le traigo el contrato y nos ponemos a ello. ¿Dónde está la casa?

Le doy la dirección del piso de mis amigos chinos. Cómo los echo de menos.

— ¿En cuánto quiere venderlo?

Le digo a Madre que me busque los precios de la zona. Se venden en unos sesenta mil euros. Hago la prueba.

— En noventa mil.

— Perfecto, ese es sin duda el precio perfecto. Me firma aquí y esta misma tarde lo tenemos en el mercado. Esto se lo vendo yo en dos semanas y además somos más baratos que el resto.

Me doy cuenta de que me pone delante un contrato en blanco. Soy extraterrestre, no tonto. Un vistazo por encima me dice que me cobrarían sus honorarios aunque no vendan la vivienda, que no puedo cancelar el contrato por ningún motivo y casi que le tengo que entregar a mi primer hijo varón. Aunque es un bicho, ese tampoco me preocupa. Entre sus obligaciones figura… vender la casa. Ya. No dice qué van a hacer para conseguirlo, ni cuánto tiempo tardan. Tampoco me pide ningún tipo de documentación de la casa ni me informa del proceso. No sé qué tengo que hacer ni qué pasaría después de vender.

Tengo la clara sensación de que lo único importante aquí es que le firme el contrato y cobrar. No me extraña que sean más baratos que el resto, es lo único que tienen para competir.