capítulo 7: Fin de Semana

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Entro de lleno en algo que los humanos llaman fin de semana. Dividen el tiempo en días, que forman semanas, que constituyen meses, que acaban en años y así sucesivamente. Un escándalo casi imposible de descifrar. Resulta que hay ciertos días de esas semanas, de lunes a viernes, si no recuerdo mal, que la gente trabaja, pero luego la mayoría de afortunados no trabaja en lo que llaman el fin de semana, que viene a ser, sábado y domingo. Los autónomos no entran dentro de ese grupo de afortunados. Cierto es que nadie los obliga, pero como dependen de ellos mismos… curiosa cuestión.

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De momento soy un alumno, así que no perderé el tiempo en dilucidar (otra palabra que aprendí ayer) qué es lo correcto. No tengo tareas pendientes ni necesidad de ganar dinero en realidad, así que salgo a la calle con la intención de aprender un poco más las necesidades humanas en materia de vivienda en primera persona. Al igual que con el trabajo inmobiliario, los conocimientos son muy necesarios, pero sin experiencia no sirven de nada.

 

Busco un atuendo más adecuado que mi traje para pasear por las calles. No tengo ni la menor idea de qué es lo idóneo, así que hago la investigación en Madre. Ropa más típica en Canarias en abril. Viene a mi cabeza el trágico episodio con los tacones y modifico la búsqueda poniendo de hombre. Quiero ser preciso, no me conformo con la primera imagen, hago una ponderación curva sistémica integrada analizando los valores medios trashumantes por localidad y los combino.

Me doy por satisfecho con el resultado: botas de agua, pantalón corto, camiseta de tirantes y bufanda. Preparado para el clima de cualquier municipio.

 

La gente me observa en mi andar pausado con una mezcla de asombro y admiración, entiendo que por una vez he acertado con la elección del vestuario, pero no puedo comprobarlo porque nadie me dirige la palabra. Así que decido ser yo el que tome la iniciativa. Pienso en ofrecer mis servicios, pero sólo soy un alumno y no puedo ejercer legalmente, así que me limito a intentar preocuparme por los intereses inmobiliarios de la población en general. Mi método es más que sencillo, me acerco a alguien y espero el momento adecuado para saludar y entablar conversación. Me cuesta dos bofetones y algunos insultos entender que hay que esperar que te den pie para ello. Estrechar sus manos sin una interacción previa les resulta ofensivo.

 

La cosa mejor cuando empiezo con un sencillo: hola. Son muy simples. Mis primeras “víctimas” son un matrimonio de edad avanzada. Para los humanos, claro. 

Después de varios minutos de conversación sin sentido y felicitarme por la medalla en hípica de mi ficticio hijo pequeño, me cuentan su historia. Compraron su primera vivienda siendo muy jóvenes, tuvieron descendencia, se les quedó pequeña la casa y decidieron mudarse. Hace veinte años de eso.

 

Vendieron a buen precio, según dicen, pero pidieron una hipoteca para abonar el resto y ahí empezaron los problemas. Sus hijos se hicieron mayores y abandonaron el nido (tengo que investigar esa parte de los nidos), ellos se jubilaron y sus ingresos descendieron. Sin embargo, los intereses subieron y su hipoteca se ha disparado hasta límites casi insostenibles.

 

Comenté esto el día que vi a Juanito y lo estudié más tarde. En resumen, los humanos, cuando no tienen dinero para comprar una vivienda, se lo piden a un banco y este, se los presta a cambio de devolverlo con intereses. Ponen lo que compran como garantía y, si no pueden pagar, se lo quitan. Pero no todos pueden prever lo que van a pagar, porque esos intereses están sujetos a algo que llaman un índice, que es lo que marca la cantidad a devolver y, si ocurre como con estos amables ancianos y sube demasiado, pueden verse en dificultades. Es un sistema demasiado complejo para que alguien como yo pueda entenderlo. Pregunto a Madre, pero la información es tan exhaustiva que me quedo exactamente igual.

 

Espero que la sensación de impotencia se me pase con el siguiente, pero me equivoco. Logro conectar con un joven. Veintiséis años. Lleva un año buscando un piso en alquiler cerca de su trabajo y no lo consigue. Al menos, dice, uno que pueda permitirse y en el que le admitan. Tiene un buen trabajo. Es arquitecto, que, tras mirarme como si fuera el extraterrestre que soy, me explica que son los que construyen edificios. Está en prácticas porque hace terminó la carrera (apunto para el final preguntarle en qué puesto quedó) y, por lo tanto, de momento su sueldo no es una maravilla.

Ese es el primer inconveniente. Los precios de los alquileres han aumentado hasta límites insospechados. Un pequeño apartamento, de una habitación y menos de cincuenta metros se alquila por más de la mitad de su sueldo. Algo inviable. Pero luego, cuando encuentra uno de importe asequible, además de casi pelearse para que lo atienden entre las decenas de personas que también lo quieren, se encuentra que le piden requisitos que no puede cumplir. Es fijo, pero no tiene antigüedad. Puede pagar el precio, pero no tiene un avalista. Y sigue en casa de sus padres.

 

No había profundizado en el tema de los alquileres, pero me cuenta el joven que por desgracia se ha convertido en algo habitual. Hay muy pocas viviendas disponibles en alquiler y eso permite a los propietarios poner las condiciones que se les antoje. Sean justas o no. Por otro lado, me dice que entiende que, teniendo en cuenta el grave problema de la ocupación ilegal, sobre el que el gobierno no toma medidas, esos propietarios endurezcan las condiciones. Y al parecer, hay miles de familias en su situación.

Cuando le pido a Madre que profundice en ese problema de ocupación y en el gobierno, se colapsa. De hecho, yo mismo tengo que sentarme en un banco para no desmayarme y por lo tanto convertirme en un estado gaseoso. Resulta que, ese problema de escasez de vivienda, no es nuevo. Llevan tiempo así y, sin embargo, no lo solucionan. Vale, sé que soy de otro planeta y tenemos costumbres muy, muy, muy, muy (creo que me queda algún muy), diferentes. Pero de donde yo vengo, cuando hacen falta viviendas, se construyen. No me parece tan complicado. Las paga nuestro rey, que supongo es el equivalente al gobierno español. ¿De donde sale el dinero? De los impuestos. Creo que en eso coincidimos con los humanos.

 

La diferencia, tras estudiar un poco el modelo terrestre, es que en nuestro planeta el rey tiene cuatro consejeros. Ya. No hay ministros, senadores, vicepresidentes, diputados, primos de, consejos, secretarías y la larga lista más de personas y organismos, que no sé qué hacen, pero reciben un sueldo. Busco lo que llaman Presupuestos Generales del Estado y me asombra ver, ahora que entiendo el valor del dinero, que la suma de los gastos del año anterior de 368 millones de euros. Todavía me pierdo un poco en las matemáticas humanas, pero juraría que reduciendo esa cantidad se podría costear el coste de más viviendas.

 

Luego lo de la ocupación, pues se trata de gente que ocupa casas vacías. Vacías cuando entran, claro, pero no quiere decir que no tengan dueño. Al comienzo de ese sistema, la gente lo hacía por necesidad. Ahora, por lo visto, también por interés. Obvio, si pueden vivir gratis…, pero un mínimo estudio me dice que la raíz de ese problema vuelve a estar en el dichoso gobierno. No los conozco y ya los odio. Al parecer, las fuerzas policiales no pueden hacer nada porque la ley protege a los ocupas. Y si se mete una persona en tu casa cuando estás fuera, resulta que te quedas fuera y si intentas echarlo corres el riesgo de que te denuncie y perder. Yo creo que esto no lo entienden ni los humanos. En mi mundo no existe la ocupación porque todos tenemos un lugar decente donde vivir, pero sí tenemos el concepto de propiedad y es muy sencillo. Si no puedes demostrar que tienes derecho a estar en ese lugar, lo que en España equivaldría a un título de propiedad o un contrato de alquiler, te ponen en la calle. Así de fácil.

 

Empiezo a pensar que tenía que haberme quedado en la nave viendo algún programa educativo de esos que ponen en la televisión: Supervivientes, First dates, La que se avecino o el horóscopo… uno cualquiera. Pero ya que estoy en la calle decido probar suerte con otra persona más. Una señora de mediada edad. Mediana según para quién, claro, pero es una forma coloquial humana.

La mujer está indignada. Pero mucho. A medida que habla su rostro se enrojece de tal manera que pienso que va a reventar y, tras escucharla, creo que no me extrañaría. Otra vez el gobierno, pero ahora, el regional. No sé si sabré explicarlo, pero el caso es que la señora, después de estar en dos trabajos durante más de veinte años y ahorrar hasta la última peseta (palabras textuales porque no sé que es eso) logró finalmente cumplir su sueño de juventud y comprarse un apartamento en el sur de la isla para irse allí tranquila en vacaciones.

Pues resulta que el gobierno de Canarias decidió un día que ciertas partes de la isla tendrían la calificación de suelo turístico y a llorar en las esquinas, que si quieres pan buenas son tortas. O algo así. (me encanta el refranero español). Si la vivienda está en esa zona, no la puedes habitar, estás obligado a dársela a unas organizaciones para que las pongan en alquiler (tampoco la pueden alquiler los propietarios directamente) a cambio de un porcentaje. Tiene que repetirme la historia dos veces para que termine de entenderla. Ella trabaja, ahorra, se compra un apartamento, pero luego es el gobierno quien decide lo que tiene que hacer con él. Poco enfadada está para lo que le han hecho. Igual me perdí alguna parte cuando estudié la historia del país, pero, ¿dónde queda la libertad de la que se habla en la constitución?  

¿Y eso que pone de que el domicilio es inviolable? ¿Les faltó añadir, excepto que no nos dé la gana a nosotros?

De verdad que soy incapaz de comprender las cosas que me cuentan. Sí que entiendo, primero, que el trabajo de un agente inmobiliario es mucho más importante de lo que podría pensar, pues estas y otras cuestiones son su día a día. Las necesidades y problemas de la gente en materia de vivienda. Y, en segundo lugar, que lo mejor que podría pasarles a los humanos es que los invadamos cuanto antes.