Un alien en el mercado inmobiliario
Llego al planeta Tierra sin incidentes. España, Islas Canarias, una de ellas. Madre analiza 328.215 millones de programas. Media estándar. Encuentra El Teide en Gran Canaria, Tenerife, y Fuerteventura; la playa de Las Canteras, en Lanzarote, La Gomera, y El Hierro. La imagen más aceptada describe un extraño muro alrededor del archipiélago que soy incapaz de encontrar.
Adopto la forma de vida más común de la zona y medio de entrada según los estudios: humano, raza negra. Desciendo vía transfusión corpórea. Caigo en el mar. Me ahogo. Regreso a la nave. Selecciono un sitio más adecuado para este estado físico: orilla. Al instante aparece un grupo de personas que me tapa con una manta, me dan un bocadillo y toman mi temperatura. Me meten en un vehículo con otros treinta humanos, nos llevan hasta un edificio y nos mandan a descansar. Obedezco para no llamar la atención. Parece el recibimiento tradicional. Me despierto gritando por una pesadilla. Veo que una señora se me acerca con una expresión triste en el rostro.
— Mi niño, seguro que estabas soñando con los leones. Aquí no tenemos de eso. Toma, el desayuno. ¡Que comas, coño! —Añade cuando ve que lo miro petrificado.
Pienso que por error he adoptado la forma de su hijo, pero escucho que usa el mismo apelativo con el resto. No parece tan promiscua, así que la familiaridad en el trato debe ser una constante. El condumio consiste en un tazón con un líquido blanco y unos polvos. Tengo conexión mental con el ente denominado Madre. Es un ordenador de generación Delta Gama Alfa Beta Pi II. Hago la consulta en la base de datos. Resultado: leche con gofio, alimento típico autóctono. Sabroso. Al instante noto una energía desconocida en mi interior. Intuyo que contiene alguna clase de droga aborigen.
Me pongo en marcha Para poder efectuar el viaje desde nuestro mundo necesitaremos alojamiento. Invasión silenciosa. Debemos pasar desapercibidos, he de elaborar un extenso informe sobre las costumbres habitacionales. Viviendas más habituales, diseño arquitectónico, proceso de adjudicación, felpudo sí o felpudo no… Lo ineludible para que el traslado paulatino no levante sospechas. Hago una búsqueda en Madre. Palabras clave: morada, casa, hogar, residencia, domicilio, felpudo, alojamiento… Coincidencia en el 96% de los resultados: inmobiliaria. Resulta ser el nombre común de las empresas que se dedican al negocio de las viviendas. Me pregunto si habrá alguna en la zona. Busco. Tres en esta calle. Nueve en la manzana. Treinta y seis en el barrio. Llamo a una. No responden. Llamo a otra. Contesta un restaurante libanés. Llamo a la tercera.
— Buenos días, ha llamado a Real Estate Luxury Services House Properties Golden Sunny Project Investments Treatment Realtors. Le atiende Mari Puri ¿en qué podemos ayudarle?
— Perdón, estaba buscando la inmobiliaria.
Cuelgo y sigo llamando. Tardo media hora en encontrar una que me atienda. Un señor muy amable me dice que puede recibirme ahora mismo. Está cerca. Quedo con él en “un rato”, parece ser también una medida de tiempo estándar. Me marcho de allí usando el modo general, obsoleto y absurdo, de los humanos para desplazarse llamado andar. Me entregan otro bocadillo para el camino.
La oficina está en una construcción de cinco plantas. Tercer piso. Hay un cartel en la fachada escrito a rotulador: Inmobiliaria Juanito. Me recibe un hombre en pantalón corto y zapatillas. Pelo grasiento. Bigote. Manchas de comida en la camiseta.
— Bienvenido a inmobiliaria Juanito, amigo. Yo soy Juanito. ¿Qué necesita?
Medito la conveniencia de relatar mi propósito real. Lo descarto. Repaso en el sistema la forma más adecuada de abordar la cuestión. Busco referentes: mentir en España. El ordenador se colapsa. Improviso.
— Comprar. Quiero comprar una casa.
— Maravilloso —dice con una sonrisa—. ¿Qué busca exactamente? ¿Piso? ¿Apartamento? ¿Dúplex? ¿Chalet? ¿Adosado?
— Una casa. —Repito. Él me mira como si no lo entendiese. Contemplo la posibilidad de que sufra algún tipo de problema auditivo o de entendimiento.
— Bueno, ya llegaremos a esa parte. ¿Necesita financiación o dispone de efectivo?
La consulta en Madre revela que los humanos son arcaicos también en esta materia. Para las transacciones usan unos papeles llamados billetes. También círculos metálicos: monedas. En conjunto: dinero. Los que no tienen piden préstamos. Hay una gran cantidad de información sobre esta cuestión. La guardo para más adelante. De momento me basta saber que es mejor no necesitar ayuda. Le digo a Madre que cree una cuenta bancaria de esas que usa la gente e ingrese 328.215 millones de dinero local. Media estándar. Espero que sea suficiente.
— Efectivo.
Entonces ocurre algo insólito. Sonríe más de lo que la naturaleza dice que es posible para el ser humano. Sus colmillos parecen crecer. Veo caer saliva de la comisura de sus labios.
— Pues ha venido usted al sitio indicado, amigo. Tengo cuarenta años de experiencia. Es probable que haya intervenido en más veinte mil transacciones diferentes.
El análisis superficial de su ADN me dice que tiene cuarenta y seis años. Una sencilla resta revela que empezó a los seis años de edad. Debe ser un genio.
— Además, es posible que tenga lo que está buscando. En la mejor zona de la isla. Cuarenta y nueve metros cuadrados. Así no hay necesidad de limpiar tanto. Silencioso. Sexto piso, con sólo doce vecinos por planta. No tiene ascensor, lo que es una ventaja porque se ahorra el gimnasio. ¿Qué me dice?
— ¿Es una casa típica?
— Tipiquísima. ¿Vamos a verla? —pregunta dándome unos desagradables toques en el brazo—. No hay que perder tiempo. Está cerca. Yo le llevo.
Acepto. Bajamos a la calle, Juanito levanta el brazo y se detiene un vehículo a motor: taxi. Nos sentamos detrás. Hay dos opciones. Que me haya mentido o que controle con su mente al hombre que está girando la rueda de cuero. Me inclino más por la primera opción. Descubro que el término cerca equivale a dos horas de trayecto.
— Son ochenta euros —dice el hombre del asiento delantero cuando se detiene.
Miro a Juanito. No se mueve. Pregunto a Madre. Me dice que los taxis son negocios, te llevan a cambio de una suma de dinero. Hago que Madre transfiera la cantidad a mi bolsillo. Tarda unos segundos. Juanito sigue sin moverse.
— Prepárese para ver la casa de sus sueños.
Miro la fachada del edificio. Es gris, formada por unos rectángulos rugosos. La consulta me dice que son ladrillos. Las escaleras crujen y parecen a punto de romperse. Llegamos a la sexta planta. Juanito llama. Abre una señora bajita, denominación: china. Dentro hay nueve más. Cinco sentados en un sillón. Unos sobre otros. Soy incapaz de discernir dónde empiezan y dónde terminan.
— ¿Estas personas vienen con la casa?
— No, hombre, no con este precio —responde riendo—. Están aquí de alquiler, pero se van mañana. Venga, contemple las maravillosas vistas.
Me lleva hasta una ventana sin cristal. Quizás eso explique el enjambre de insectos que revolotea en el salón y los que corretean por el suelo. Veo una gran extensión de terreno. Pequeños montículos con cruces salpican unos senderos de tierra. Hay una fila de personas llegando. Llevan una caja rectangular de madera sobre los hombros.
— Lo que le decía. Tranquilidad absoluta. Reina el silencio. Venga a ver el dormitorio y la cocina.
Caminamos tres pasos. Abre una puerta y sale una densa nube de humo. Veo el dormitorio y la cocina. Están en la misma habitación. Un señor está cocinando.
— Más ventajas. Pongamos que se acuesta a descansar. ¿Le entra hambre? Pues se puede hacer una paellita sin moverse de la cama. Este lujo no está al alcance de cualquiera, se lo digo yo. Bueno, ¿qué me dice?
— No tengo hambre.
— La casa, buen hombre. Me refiero a la casa. Es una maravilla y usted un entendido. Seguro que le gusta. ¿Cerramos el negocio?
— Supongo.
— Esa es la actitud para comprar. Ahora tengo que ir al oculista, van a ponerme un parche en el ojo. Pero venga mañana a la oficina y firmaremos el contrato. Temprano. Sobre las doce del mediodía.
Se marcha. No sé qué hacer a continuación, así que me quedo un rato en la casa. El señor de la cocina me invita a almorzar: tallarines con gambas y arroz tres delicias. Me quedo dormido en el sofá encima de la juventud china. Son muy amables. Decido trasladarme a la nave y preparar mejor mis futuras acciones. Hablo con Madre. Busco informes. Encuentro más de cuarenta denuncias a Juanito por estafa. Cancelo mi cita del día siguiente. Siento lástima por mis nuevos amigos chinos. Los echaré de menos.
Indago sobre las inmobiliarias. Busco la mejor. Palabras clave: Éxito. Número de ventas. Organización. Profesionalidad. Coincidencia plena. Aparece un resultado: ERA.